La toma de terrenos detrás del predio del Club Independiente (ex Tiro Federal), pone el acento en el tema de una eventual “usurpación” y corre el eje de discusión central hacia otras derivaciones que esquivan lo que nadie está queriendo ver, la pobreza estructural.
La tarde de sábado me encuentra transitando por la calle de tierra camino a la barranca. Hacia la izquierda, las canchas de tenis comienzan a poblarse de jóvenes con sus raquetas. Hacia la derecha una casilla precaria tiene como fondo las paredes altas de los panteones del cementerio. El sol de frente destaca a una bandera argentina, atada a un palo de sauce, parece indicarme hacia donde debo ir. El ancho de la calle, apenas unos 10 metros, separa las tumbas (en tierra) del caserío de silobolsa. Le pregunto a un señor si puedo hablar con alguien sobre el tema que me ocupa. Me hace pasar a un lugar destinado al merendero de los chicos, muy amablemente me ofrecen una silla y mientras me acomodo, los vecinos empiezan a caer de a poquito. En un rato hay más de veinte personas, algunos gurises y varios adultos (dentro de ellas, dos embarazadas). No sé sus nombres, no se sus historias pero necesito romper el hielo para comunicarme. Les explico que no persigo un fin político, ni es mi intención invadirlos en su privacidad; que solo quiero escucharlos y tratar de aportar en la medida de mis posibilidades. Las mujeres toman la palabra y exponen sus ideas. Una de ellas comenta: “Si bien nos asentamos el 13 de septiembre, esta lucha comenzó mucho antes. Venimos aguantando hace años, problemas como la basura que cae desde arriba de la barranca, el colector cloacal sin solución (al día de hoy son casi cuatro años desde que se rompió un 15 de diciembre de 2012); las continuas lluvias que van desmoronando la barranca y junto con ella, los árboles que se nos caen encima y las crecidas del río que este año fueron bravas”. En un intento por tratar de ubicarme en el mapa costero, comentan “Durante años fuimos olvidados, somos de la costa, pero estamos más al sur de la Bajada de la Cruz. Todas las familias estamos relacionadas con la pesca, con el río, con la isla. Somos pobres pero laburantes. Hemos criado a nuestros hijos, como nos criaron a nosotros. Sabemos lo que es la disciplina. No somos ningunos vagos”. Con una mezcla de impotencia y resignación otra intenta explicar: “Durante años anotándonos para tener un pedazo de tierra, siempre nos mintieron, nos prometieron, nos hacen anotar y después hay que anotarse de nuevo. Nunca salimos adjudicados. Llega un momento en que uno se cansa, entonces ya no va más, ¿para que pedir si nunca hay para nosotros?”. Una de las embarazadas, con voz firme, dice: “no nos quedaba otra que salir, para que voy a invertir los pocos pesos que junto en arreglar mi casita, si se está rajando entera o se cae encima la barranca con los arboles. ¿Sabe lo que sentimos? indignación. Sabemos que tenemos obligaciones, pero también sabemos que tenemos derechos”. La charla se hace amena, todos participan, todos quieren aportar o decir algo. Entonces aprovecho para preguntarle por los chicos y enseguida me dicen con orgullo “todos van a la escuela, todos están controlados por el pediatra en el Dispensario. Los gurises no saben lo que es la droga, su vida es la escuela y la pesca con el papá”. Insisto con los más chicos, interrogando si se adaptaron; “ellos vienen contentos, cuando subimos la barranca nos dicen: vamos para arriba, vamos a casa, ¿sabe lo que es eso?”. Con una mirada personal les digo si no les jode estar frente a las tumbas del cementerio y la respuesta graciosa nos hace reír de buena gana “estos vecinos no hacen ruido y sobre todo no se quejan como los de adelante”. Les pregunto cómo se arreglan con los servicios básicos. “No tenemos luz, de noche con faroles o velas; no tenemos agua, buscamos del cementerio o de vecinos que están conectados. Sabemos que nos falta todo, pero tenemos aunque sea un pedazo de tierra firme. Esto va para largo, pero estamos todos unidos; vamos a aguantar. Nos quieren meter en algo político, pero esto no es contra un intendente. Lo que pasa es que nos cansamos y ya no aguantamos más. No nos queda otra salida”. La charla continúa, me cuentan de sus problemas para vender el pescado, de la plata que no alcanza por como subieron las cosas; y, a pesar de todo, de sus sueños para el futuro.
Agradeciéndoles por haberme recibido, prometo volver a visitarlos en el corto plazo. Mientras vamos saliendo me invitan a recorrer el predio (todas las parcelas se dividieron por igual, dejaron un espacio verde y para una calle lateral). Al fondo, el paisaje del río y la isla me atrapa, pero es tiempo de pegar la vuelta. Me despido y desando el camino. Mientras en mi cabeza dan vuelta preguntas (¿Cómo resolver esto en un marco de la ley? ¿Cómo no atender las razones de la otra parte? ¿Cómo seguirán sus vidas? ¿Cómo aportar a la solución?), sólo tengo en claro una cosa: antes no los veía, no los ubicaba, no los tenía en el mapa. Pero, a partir de ahora, se me han vuelto “visibles”.
Estamos frente a un conflicto local, donde se juegan variables políticas, económicas, sociales y culturales. En el medio hay cuarenta familias con sesenta y cinco chicos a la espera de respuestas de un estado nacional, provincial y municipal que hasta ahora, y para ellos, ha estado ausente por años. Mientras se buscan las soluciones en un marco de respeto, convivencia y paz social, nosotros como vecinos de esta comunidad no podemos mirar para otro lado.
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(1) Según la filósofa Judith Butler, sólo consideramos ciertas vidas como humanas y como reales. Mientras que muchas otras permanecen fuera de nuestro marco de reconocimiento como "vidas que no son dignas de ser vividas ni lloradas".
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(1) Según la filósofa Judith Butler, sólo consideramos ciertas vidas como humanas y como reales. Mientras que muchas otras permanecen fuera de nuestro marco de reconocimiento como "vidas que no son dignas de ser vividas ni lloradas".
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